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Desde Cullera a Sagunto, en toda la valenciana vega no hab?a pueblo ni poblado donde no fuese conocido. Apenas su dulzaina sonaba en la plaza, los muchachos corr?an desalados, las comadres llam?banse unas a otras con adem?n gozoso y los hombres abandonaban la taberna. ー?Dim?ni! ?Ya est? ah? Dim?ni! Y ?l, con los carrillos hinchados, la mirada vaga perdida en lo alto y soplando sin cesar en la picuda dulzaina, acog?a la r?stica ovaci?n con la indiferencia de un ?dolo. Era popular y compart?a la general admiraci?n con aquella dulzaina vieja, resquebrajada, la eterna compa?era de sus correr?as, la que, cuando no rodaba en los pajares o bajo las mesas de las tabernas, aparec?a siempre cruzada bajo el sobaco, como si fuera un nuevo miembro creado por la Naturaleza en un acceso de filarmon?a. Las mujeres, que se burlaban de aquel insigne perdido, hab?an hecho un descubrimiento: Dim?ni era guapo. Alto, fornido, con la cabeza esf?rica, la frente elevada, el cabello al rape y la nariz de curva audaz, ten?a en su aspecto reposado y majestuoso algo que recordaba al patricio romano, pero no de aquellos que en el per?odo de austeridad viv?an a la espartana y se robustec?an en el Campo de Marte, sino de los otros, de aquellos de la decadencia, que en las org?as imperiales afeaban la hermosura de raza colorando su nariz con el bermell?n del vino y deformando su perfil con la colgante sotabarba de la glotoner?a. Dim?ni era un borracho. Los privilegios de su dulzaina, que por lo maravillosos le hab?an valido el apodo, no llamaban tanto la atenci?n como las asombrosas borracheras que pillaba en las grandes fiestas. Su fama de m?sico le hac?a ser llamado por los clavarios de todos los pueblos, y ve?asele llegar carretera abajo siempre erguido y silencioso, con la dulzaina en el sobaco, llevando al lado, como gozquecillo obediente, al tamborilero, alg?n pillete recogido en los caminos, con el cogote pelado por los tremendos pellizcos que al descuido le largaba el maestro cuando no redoblaba sobre el parche con br?o, y que si cansado de aquella vida n?mada abandonaba al amo, era despu?s de haberse hecho tan borracho como ?l. No hab?a en toda la provincia dulzainero como Dim?ni; pero buenas angustias les costaba a los clavarios el gusto de que tocase en sus fiestas. Ten?an que vigilarlo desde que entraba en el pueblo, amenazarle con un garrote para que no entrase en la taberna hasta terminada la procesi?n, o muchas veces, por un exceso de condescendencia, acompa?arle dentro de aquella para detener su brazo cada vez que lo tend?a hacia el porr?n. Aun as? resultaban in?tiles tantas precauciones, pues m?s de una vez, marchando grave y erguido, aunque con paso tardo, ante el estandarte de la cofrad?a, escandalizaba a los fieles rompiendo a tocar la Marcha Real frente al ramo de olivo de la taberna, y entonando despu?s el melanc?lico De profundis cuando la peana del santo patrono volv?a a entrar en la iglesia. Y estas distracciones de bohemio incorregible, estas impiedades de borracho, alegraban a la gente. La chiquiller?a pululaba en torno de ?l, dando cabriolas al comp?s de la dulzaina y aclamando a Dim?ni; y los solteros del pueblo se re?an de la gravedad con que marchaba delante de la cruz parroquial y le ense?aban de lejos un vaso de vino, invitaci?n a la que contestaba con un gui?o malicioso, como si dijera: ≪Guardadlo para despu?s≫.画面が切り替わりますので、しばらくお待ち下さい。
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